Instituto Superior Particular
Incorporado - "Fray Francisco de Paula Castañeda" nº 4031
Profesorado de tercer ciclo de
la EGB y de la educación polimodal en lengua y literatura
Cátedra:
Europea III
Docente:
Prof. Irma Picasso
Alumna:
Piccioni, María Laura
Fecha:
Miércoles 23 de junio de 2004
El sujeto del enunciado en los “Conjuros de Merseburg”
Nos
proponemos en este trabajo realizar un esbozo sobre poesía. El texto elegido
pertenece a la Antigua poesía alemana (extraída de un manuscrito del S
X, aunque se sostiene que es anterior), conocido con el nombre de Conjuros
de Merseburg. Este esbozo intenta recuperar el concepto de sujeto del
enunciado en estas primeras expresiones de la literatura sajona; y más
específicamente, de qué manera el mismo se ve subordinado al propio lenguaje. O
para decirlo en términos foucaultianos “¿de qué manera el sujeto del enunciado
de estos conjuros queda supeditado a un no-lugar?” Para Foucault[1],
existe un lugar fuera de todo orden y a la vez ordenador supremo, y es ese no-lugar
del lenguaje, como él le llama; el espacio de la enunciación (como diremos
nosotros) donde cobra validez el sujeto del enunciado. Un sujeto que –según
Benveniste[2]–
a la vez que produce su discurso, se hace presente en él. Y según Greimás[3],
el enunciado es el lugar a través del cuál el sujeto construye el mundo como
objeto y se construye a sí mismo.
Pero, ¿qué pasa con estos primigenios manuscritos?
¿Cómo construye el mundo el sujeto del enunciado? ¿Qué tipo de vínculo existe
entre “estas” palabras y las cosas? Según Foucault, es a partir del siglo XVII
cuando surge la pregunta “...cómo un signo puede estar ligado a lo que
significa. Pregunta a la que la época clásica dará respuesta por medio del
análisis de la representación; y a la que el pensamiento moderno responderá por
el análisis del sentido y de la significación.” (1998, p. 50) Es después de
este siglo cuando la arbitrariedad se reconoce y las palabras y las cosas
comienzan a separarse.
Michel Foucault analiza los compendios occidentales
del siglo XVI sobre magia, como una resurrección de esta episteme medieval,
como parte misma del conocimiento: “La forma mágica era inherente a la manera
de conocer”(1998, p. 41).
En el siglo X, era la forma “de conocer” los signos
que la naturaleza imprimía en las cosas para que el hombre pudiera
visualizarlas. Las palabras formaban parte de las propiedades de las cosas;
así, según el compendio de Paracelso, para inmovilizar una serpiente ponzoñosa
existía la palabra griega “osy, osya, osy”, y nada tenía que ver el efecto del
ruido de las palabras pronunciadas: “Si escribes, en tiempo favorable, estas
solas palabras sobre vitela, pergamino, papel, y las impones a la serpiente,
esta permanecerá tan inmóvil como si las hubieras articulado en voz alta”(1998,
p. 41).
Para este desarrollo nos parece oportuno recuperar
algunas categorías de la teoría de la enunciación, desde donde poder observar
la opacidad de un sujeto del enunciado que se oculta tras una modalidad que
pretende desdibujarlo.
Primer conjuro
Antaño se establecieron mujeres sabias, aquí y allá
se establecieron;
unas anudaron los lazos; otras detuvieron los
ejércitos,
otras deshacían las ataduras.
¡Líbrate de los lazos! ¡Escapa de los enemigos!
Segundo conjuro
Fol y Wodan cabalgaron al bosque,
allí al caballo de Balder se le ha torcido una pata.
Entonces lo conjuró Sindgund y su hermana, Sunna,
entonces lo conjuró Volla y su hermana, Frija,
entonces lo conjuró Wodan, que bien supo hacerlo;
dijo:
Como la torcedura de pierna, así la herida que sangra,
así la torcedura de miembros:
pierna a pierna, sangre a sangre,
miembro a miembro, como si fuesen sanados.
En la
estructura de los conjuros podemos decir que el dictum era lo que
variaba y el modus, lo que permanecía constante. La fuerza ilocutoria de
las primeras expresiones literarias sajonas radicaba en una natural unión entre
las palabras y las cosas. La idea de que una palabra pronunciada en
determinado orden y modo tiene el poder sobre aquello que se nombra, dejaba al
margen “lo que se decía” (dictum) de “cómo se lo decía”(modus). Vemos así, que
la palabra se vinculaba con la cosa desde una propiedad preexistente y natural.
El modus era una propiedad de la cosa tanto como el dictum, pero
es en el conjuro donde el lenguaje se subordina a ese modus que ya está
presente en la cosa.
Estos
conjuros mágicos, anónimos y anteriores al S X, constan de dos partes; por un
lado está lo que se denomina Spell, que es la descripción de la situación en la
que se va a producir el hechizo, y por otro lado, lo que se denomina Galder,
que es el hechizo mismo.
La
modalidad de enunciación está
distinguida en las partes del conjuro: en el Spell la modalidad es declarativa,
se describe una situación pasada que da origen al conjuro en la palabra de los
dioses. Esta palabra es ordenadora suprema, ya que proviene de quienes
instauran el orden del cosmos: los dioses.
El
destinatario de esta situación comunicativa es lo que Kerbrat Orecchioni[4]
llama no-alocutario, ya que está en la situación de recibir el mensaje
pero no está destinado particularmente a él (Quien oyera o no el conjuro,
recibía un mensaje que no tenía intención de ser información dirigida hacia
él).
Spell
del primer conjuro:
Antaño se establecieron mujeres sabias, aquí y allá
se establecieron;
unas anudaron los lazos; otras detuvieron los
ejércitos,
otras deshacían las ataduras.
En
este Spell, la palabra originaria del conjuro es la de las valkirias.
Spell
del segundo conjuro:
Fol y Wodan cabalgaron al bosque,
allí al caballo de Balder se le ha torcido una pata.
Entonces lo conjuró Sindgund y su hermana, Sunna,
entonces lo conjuró Volla y su hermana, Frija,
entonces lo conjuró Wodan, que bien supo hacerlo;
dijo:
La
figura que origina el conjuro aquí, es la de Wodan, a quien conocemos como
Odín.
En el
Galder la modalidad es exclamativa e imperativa, es la fuerza de la palabra que
se vincula naturalmente con las cosas, que las transforma, que actúa sobre
ellas. Y la palabra tiene este poder porque está dentro de la propiedad de esa
cosa.
Esta
parte del conjuro se dirige a los objetos, como interlocutores válidos de las
palabras divinas (con la palabra se está tocando la “cosa” con una fuerza
natural que hace que ésta responda).
Galder
del primer conjuro:
¡Líbrate de los lazos! ¡Escapa de los enemigos!
Este conjuro era de liberación.
Galder
del segundo conjuro:
Como la torcedura de pierna, así la herida que
sangra,
así la torcedura de miembros:
pierna a pierna, sangre a sangre,
miembro a miembro, como si fuesen sanados.
Este
otro de sanación.
La
modalidad del enunciado, también puede diferenciarse en cada parte del conjuro;
mientras que en el Spell existe una modalidad lógica de certeza, debido a la
fuerte veracidad que se le concedía a la estructura mítica, en el Galder existe
una modalidad lógica de obligatoriedad, ya que la cosa enunciada (que funciona
aquí como destinatario del mensaje) debía reaccionar transformándose. La fuerza
ilocutoria de esta parte del conjuro es definitivamente la orden.
Dentro
de las modalidades del mensaje podemos considerar(este aspecto es trabajado
desde la traducción):
*dentro
del Spell,
en el primer conjuro existe una
tematización de la acción de las diosas por medio de una estructura de pasiva
con "se”, donde los agentes quedan relegados a la acción;
en el segundo conjuro existe un trabajo
anafórico que se corresponde con una característica genérica, y que pone en
relieve la imagen sonora por encima de lo que se enuncia. No hay otro tipo de
transformaciones en la estructura normal de la frase.
*dentro
del Galder,
se pone de manifiesto el rol mágico de
la palabra en la primitiva poesía germánica. Podemos hablar de la elisión de
los sujetos, ya que un mismo conjuro era utilizado en diversas ocasiones, pero
no de la presencia de estricta nominalización.
Si volvemos a la pregunta de la introducción donde
nos cuestionábamos el modo en que construye el mundo el sujeto del
enunciado de esta literatura primigenia, y si retomamos las ideas que surgen de
este análisis, podemos destacar dos ideas fuerza. Pero la primer cuestión a la
que responderemos, aunque no queramos caer en ello, es al interrogante acerca
del vínculo existente entre “estas” palabras y las cosas.
La primer idea es la de una relación natural entre
las palabras y las cosas, que en el caso de los conjuros opaca, hasta el punto
de desaparecer el sujeto del enunciado. Esto lo vemos en la imposibilidad de
rastrearlo en el mismo. En el modo en que se hace huidizo, debido a la
modalidad que desde todos sus aspectos (enunciado-enunciación-mensaje) tiende a
desdibujarlo. Y por otro lado, debido a la concepción que del lenguaje se tiene
en el Siglo X.
La otra idea respondería a la pregunta que
problematiza este esbozo de análisis y que cuestionaba la manera en que el
sujeto del enunciado de estos conjuros queda supeditado a un no-lugar. El
sujeto que desaparece no construye ningún mundo, porque en el siglo X esto era
impensado y porque no hay sujeto. Para la teoría de la enunciación el contexto
no es importante para el texto, sino que forma parte del mismo; desde este
lugar quedaríamos habilitados para pensar la existencia del no-sujeto, o de un
sujeto que se encuentra en un no-lugar, que en definitiva es el lenguaje.
“Ged suspiraba a veces, pero no se quejaba. Sabía
que en aquella insondable y polvorienta tarea de aprender el nombre verdadero
de cada lugar, cada cosa y cada criatura, residía el poder ambicionado, como
una gema en el fondo de un pozo seco. Porque en eso consistía la magia, conocer
el nombre verdadero de cada cosa.” Ursula
K. Le Guin (1968), Un mago de Terramar, Ediciones Minotauro, Barcelona,
1994, pp. 63.
María
Laura Piccioni
[1] Foucault, Michel (1966): Las palabras y las cosas, una arqueología de las ciencias humanas, Siglo XXI Editores, México, 1998.
[2] Benveniste, Emile (1974): Problemas de lingüística general II, Siglo XXI Editores, México, 1977.
[3] Greimás y Courtes (1979): Semiótica.
Hachette, Bs. As.
[4] Kerbrat Orecchioni, C: La enunciación. De la subjetividad en el lenguaje, Bs. As., Editorial Hachette.